jueves, 8 de julio de 2010

Crónica, el germen de la obra de Saramago

Madrid.- Cierto es que nunca se consideró un periodista. Pero, muchos años antes de ser el único novelista de lengua portuguesa que ha recibido el Premio Nobel de Literatura (1998), José Saramago fue poeta, editor, crítico literario, articulista y pobre. De acuerdo con sus biógrafos, sólo a través de la fusión a lo largo de su vida de su lamentable condición económica, de la práctica del periodismo y, finalmente, de su excelsa creación literaria se puede entender el origen de la preocupación social y la exigencia ética y estética que logró plasmar en toda su obra. En 1933 su madre le regala su primer libro: O Mistério do Mohíno, de Joseph Jefferson Farjeon. Allí comienza su encadenamiento con las letras. Nació un 16 de noviembre de 1922 en el pueblo de Azinhaga, en el seno de una familia campesina. Obligados por la escasez, se trasladan en 1924 a Lisboa donde cursa sus estudios de primaria. Sin poder terminar la educación secundaria por falta de dinero, con apenas doce años ingresa a una escuela de enseñanza profesional para aprender el oficio de cerrajero mecánico. Entonces, comienza a frecuentar una biblioteca pública durante las noches. “Y fue así, sin ayudas ni consejos, apenas guiado por la curiosidad y por la voluntad de aprender, que mi gusto por la lectura se desenvolvió y pulió”, recordó él mismo décadas después.

La educación autodidacta le puso en contacto con el mundo de la literatura y le permitió publicar, en 1947, su primer libro: “La Viuda” que por “conveniencias editoriales” salió a la venta como “Tierra del pecado”. Después de esa obra, escribió la novela “Claraboya”, hasta la fecha inédita, y comenzó otra que nunca terminaría. Entonces, según él, abandonó la escritura porque percibió que “no tenía que decir nada que valiese la pena”. A finales de los años cincuenta y tras ser jefe administrativo en la industria metalomecánica y desempeñarse en la Compañía de Seguros Previdente, ingresa en la editorial “Estudios Cor” lo que le permite entablar relaciones de amistad con algunos de los escritores portugueses más importantes de su tiempo. Traduce, también, obras de León Tolstoi o Charles Baudelaire. Entre 1968 y 1972, el autor gana lectores publicando crónicas costumbristas para el periódico A Capital y para el semanario Jornal do Fundao. Todas están recopiladas en los libros “Las maletas del viajero” y “De este mundo y el otro”. Para ese género periodístico, Saramago utiliza como materia la vida que pasa delante de sus ojos e, incluso, la que pretender pasar desapercibida, de puntillas, para que no la vean. A sus seguidores les descubre que todas las vidas son extraordinarias y que detrás de ellas hay una hermosa y terrible historia digna de ser contada y que permitirá comprender mejor el mundo en el que vivimos. Los analistas del autor sostienen que en esas crónicas periodísticas se encuentra el núcleo de los que fue su obra novelística posterior.

El prestigio que poco a poco va ganando en el mundo de la literatura de finales de los años sesenta le permiten integrarse a la revista Seara Nova como crítico literario. Desde esa posición Saramago pudo conocer, comprender, analizar y disfrutar de una importante etapa en la producción literaria portuguesa. “Comunista hormonal”, como él mismo se definió, hizo pública su simpatía por esa corriente de pensamiento político en 1969 cuando se afilió al Partido Comunista Portugués (PCP), que en ese entonces era ilegal. El autor tenía 47 años cuando perfiló ese activismo social que le acompañó para siempre. Con ese compromiso se integró en la primera dirección de la Asociación Portuguesa de Escritores mientras que su carrera en el mundo de las rotativas comienza a consolidarse cuando en 1971 le ofrecen dirigir el suplemento cultural del importante Diario de Noticias. Saramago termina por convertirse, cuatro años más tarde, en director adjunto del periódico. Muchos de sus comentarios críticos y audaces en el ocaso de la dictadura militar de Antonio de Oliveira Salazar no vieron la luz porque algún oscuro funcionario del Departamento de Prensa del régimen los subrayó con lápiz rojo.

El escritor, como miembro activo del PCP, tomó parte activa en 1974 en la “Revolución de los Claveles”, levantamiento del 25 de abril de ese año que acabó con la dictadura que dominaba el país desde 1926, la más antigua de la Europa de ese tiempo. El fin del llamado “Estado Novo” permitió la instauración de la democracia y la independencia de las colonias portuguesas en África. Fue despedido del Diario de Noticias por motivos políticos de forma que tocó casi todas las “teclas”, buenas y malas, del periodismo. Años después, aseguró: “Sin empleo una vez más, ponderadas las circunstancias de la situación política en que entonces se vivía (la dictadura de Salazar) y sin posibilidad de encontrar trabajo, tomé la decisión de que me dedicaría enteramente a la literatura: ya era hora de saber lo que podría valer como escritor”.

Entonces, nace el literato

Su mayor ilusión fue ser escritor. Y lo logró. Sus novelas, poemas, obras de teatro o cuentos son una muestra de su potencial como creador de uno de los universos literarios más personales y sólidos del siglo XX. Todo se apagó. El portugués, cuyo nombre completo fue José de Sousa Saramago, dejó de existir el viernes 18 de junio de 2010 minutos después de la una de la tarde. Se encontraba en su residencia de la isla de Lanzarote (islas Canarias) acompañado por su segunda esposa, la periodista y traductora personal sevillana Pilar del Río. La causa fue una leucemia crónica. El relato fatídico asegura que tras haber desayunado con normalidad y mantener una conversación con su compañera, comenzó a sentirse mal y no pudo recuperarse. Horas o minutos antes, el creador se entregaba, apasionado, a las páginas. Junto a su sillón de lectura y escritura, en la mesa baja de la sala familiar, se quedaron los últimos libros por los que se interesó: “A ciegas”, de Claudio Magris; las reseñas que George Steiner (crítico y teórico de la literatura y cultura) publicó en el periódico estadounidense The New Yorker entre 1967 y 1997 o “Y la palabra se hizo vida”, de Eduardo Barreto Betancourt.

“La máquina de hacer españoles”, del angoleño Valter Hugo Maey y “El gran secreto de Jesús”, del escritor y periodista español Juan Arias, fueron también parte de sus últimas lecturas. En ese espacio se encontraban dos libros muy especiales para Saramago. La última novela escrita por el alemán Thomas Mann, que acababa de ser reeditada y que el autor portugués editó en su país natal hace décadas y la correspondencia que entre 1959 y 1971 mantuvo con José Rodrigues Miguéis. Esa última obra acababa de ser editada a comienzos de junio. De acuerdo con Pilar del Río, cuando lo tuvo entre sus manos aseguró: “Ahora ya me puedo morir tranquilo”.

Por eso es tan natural que el cuerpo de Saramago haya sido incinerado en Lisboa con una edición de “Memorial del convento” (1982), una de sus obras fundamentales para lograr el reconocimiento mundial y, en parte, culpable de que haya conocido a Pilar del Río. Emocionada, contó que su lectura le impresionó tanto que en 1986 viajó a Portugal para entrevistar al autor. Dos años más tarde se casaron. En la capilla ardiente del Salón de Plenos del ayuntamiento lisboeta, Eduardo Lourenco, considerado uno de los intelectuales portugueses más destacados de las últimas décadas, con lágrimas en los ojos entregó un ejemplar de esa obra a la compañera de Saramago. Antes, escribió unas palabras que nadie pudo leer porque fue depositado entre las manos del escritor y cerrado el féretro.

Mientras los restos se convertían en polvo en el cementerio del Alto de San Juan, centenares de personas, rodeadas de banderas comunistas y con puños en alto, coreaban una y otra vez “¡Saramago, la lucha continúa!”. Otros tantos blandían claveles rojos, el símbolo de la Revolución del 25 de abril. Muchos más levantaban ejemplares de obras tan fundamentales para la historia literaria portuguesa como “El viaje del elefante”, “El Evangelio según Jesucristo” o “Ensayo sobre la ceguera”. Era la despedida y bienvenida al “camarada” porque sus cenizas, como lo anunció el alcalde lisboeta, Antonio Costa durante la ceremonia institucional de homenaje, se quedarán en la capital de Portugal. Y es que a la hora de su muerte, el escritor regresó a la ciudad en la que trabajó, escribió y comprendió que las autoridades oficiales le daban la espalda a través de la censura. Esa etapa de su historia personal tuvo una especie de colofón cuando los medios de comunicación lusos destacaron que el jefe del Estado, el conservador Aníbal Cavaco Silva, estuvo ausente de las honras fúnebres de Saramago cuyos restos fueron repatriados de Lanzarote por un avión militar enviado por el Gobierno del primer ministro socialista José Sócrates. Es “una polémica estéril”, dijo Cavaco. El presidente declaró que mediante el comunicado oficial en el que lamentó la muerte del escritor, hizo “lo que un jefe de Estado debe hacer” y que es “diferente a lo que deben hacer los amigos o conocidos” porque nunca tuvo “el privilegio” de conocer o encontrarse con Saramago. Cavaco pasaba unos días de vacaciones con su familia en el archipiélago de las islas Azores.

En la vida de Saramago, el católico Cavaco está incluido en la etapa de censura. Era primer ministro de Portugal (1985-1995) cuando publicó la polémica obra “El Evangelio según Jesucristo”. El libro describe una historia de ficción alternativa a la vida de Cristo en la que llega a casarse con María Magdalena. Sectores conservadores tacharon al autor de blasfemo. En 1992, un funcionario portugués vetó la obra como candidata lusa al Premio Literario Europeo. En su enfado, el escritor decide cambiar su residencia a Lanzarote. Su enfrentamiento con la Iglesia católica le persiguió, incluso, un día después de su muerte. En un artículo publicado el 19 de junio el periódico vaticano L´Osservatore Romano publica un duro obituario bajo el título “La omnipotencia (presunta) del narrador”, firmado por Claudio Toscani. Tras repasar su vida, le define como un “populista extremista” de ideología antirreligiosa y anclado en el marxismo. Y, asegura: “Fue un hombre y un intelectual de ninguna admisión metafísica, hasta el final anclado en una proterva confianza en el materialismo histórico”.

Desde Roma también tuvo palabras de despedida Ernesto Franco, director de la editorial “Einaudi”, la casa que se negó a publicar “El cuaderno”, el libro que recopila desde su blog “comentarios, reflexiones, simples opiniones sobre esto o aquello, en fin, lo que sea menester y venga al caso.” En su día, la editorial motivó su decisión porque en la obra se decía que el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi -propietario de “Einaudi”- es un “delincuente”. Esa afirmación, explicó la empresa, no la puede adoptar como propia al ser “una acusación que cualquier juicio condenaría”. Saramago se lo tomó con filosofía. En una entrevista concedida a la agencia de noticias española EFE dijo que “Berlusconi es dueño de `Einaudi´. Era previsible que tomara una decisión contra el impertinente escritor que le molesta”. Aseguró también que “alguien ha dicho que una mitad de la población trabaja para Berlusconi y que la otra mitad sueña con hacerlo. Esta es una de las raíces de la cuestión. La otra, tal vez más importante aún, es que la corrupción no le importa a nadie. Finalmente, la edición italiana de “El cuaderno” estuvo a cargo de “Bollatti Borlingheri”. A todo ese episodio se antepone, dijo Franco, las “inconfundibles páginas que Saramago dibujaba” al utilizar letras mayúsculas sólo después de los puntos.

Última aventura

Ese característico empleo de los signos de puntuación, que ayudó al genial autor portugués a obtener el máximo reconocimiento literario del mundo, tuvieron también hueco en la apasionante aventura en la que se involucró en lo que llamó la “página infinita de internet”. A los 85 años, el 15 de septiembre de 2008 abre un blog, “El cuaderno de Saramago”, que utilizó para escribir una crónica de la actualidad con su particular espíritu crítico. Desde su ventana a internet estableció una nueva comunicación con sus lectores quienes le respondieron con comentarios, opiniones y reflexiones sobre temas variados. En una ocasión confesó que su irrupción en la red de redes había superado todas sus expectativas. “Me impresiona, sobre todo, la rapidez de la respuesta de los lectores y la franqueza con que se expresan, como si estuviéramos entre colegas”. Entre los temas que trató destacan la crisis financiera o el ascenso de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos. Fustigó a la izquierda a la que acusó de “no tener ni puta idea del mundo en que vive” y arremetió contra líderes de la derecha europea como José María Aznar (español), Nicolás Sarkozy (francés) o Silvio Berlusconi (italiano). Iberista declarado, dio cuenta de su linda utopía en la que le gustaría ver una España y un Portugal unidas en un país nuevo. Abogó porque se agravarán al máximo las penas de prisión contra los autores de la violencia machista al no ser ajeno de ninguna causa que considerara justa.

Saramago dejó una considerable cantidad de comentarios, adhesiones a manifiestos, plataformas y cartas abiertas contra la pederastia, el genocidio en África, el armamentismo o la deforestación. Esas acciones extra-literarias y solidarias mucho tuvieron que ver con América Latina, región en la que veía que se estaba produciendo el “cambio de la historia” gracias a los gobiernos progresistas de la región. Pero, a pesar de su marxismo, por ejemplo, en 2008 escribió que “las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) no son un movimiento revolucionario” por utilizar como recursos el secuestro y el narcotráfico. De la dictadura cubana se deslindó tras haber criticado abiertamente en 2003 las condenas impuestas a 75 disidentes y la ejecución sin juicio de tres secuestradores. “Hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante Cuba seguirá su camino, yo me quedo”, escribió.

Detractor de los tratados internacionales de libre comercio porque, decía, ponen en “entredicho” la soberanía de los pueblos, Saramago fue un defensor de los indios latinoamericanos a los que consideraba víctimas de “cinco siglos de humillación” y de un crimen histórico. Al movimiento zapatista mexicano le consideró “una esperanza no sólo para México, sino para América”. A su líder, el “subcomandante Marcos”, el comparó con el “Llanero Solitario”.

El primero de septiembre de 2009 se despidió de sus lectores. Admitió que “si alguna vez tuviera algo que comentar u opinar sobre algo”, llamaría a la puerta de “El cuaderno” porque le consideraba el lugar donde “más a gusto” podía expresarse. Los internautas que le acompañaron recuerdan el texto de su despedida: “Adiós, por tanto. ¿Hasta otro día? Sinceramente, no creo”. Pero, con una pequeña posdata, matizó: “Pensándolo mejor, no hay que ser tan radical”.

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