lunes, 6 de septiembre de 2010

Irak: treinta años de tragedia en tragedia

Madrid.- Los siete años y cinco meses de operaciones militares estadounidenses en Irak terminaron oficialmente este martes con un saldo de 4.419 soldados y más de cien mil civiles muertos. De acuerdo con datos oficiales de Washington, el costo total de la guerra asciende a más de un billón de dólares. El escenario es preocupante: el país se encuentra sumido en un caos político tras las elecciones generales del 7 de marzo. Sus líderes se muestran incapaces de pactar la formación de un Gobierno porque se conducen bajo la estela de la corrupción y el sectarismo religioso y étnico. La grave inestabilidad es un campo fértil para el resurgimiento de la violencia terrorista que en las últimas semanas dio una muestra de su alcance al cometer atentados terroristas que provocaron la muerte de más de trescientas personas.
Años antes de la fecha clave (31 de agosto de 2010), los mandos militares de Estados Unidos comenzaron a “reestructurar” la presencia militar en Irak en cuyo punto más álgido llegó a haber 176.000 efectivos con los objetivos declarados de encontrar armas de destrucción masiva y dotar al país de un Estado en el sentido más amplio de la palabra. Al día de hoy y objetivamente, esas dos misiones fracasaron. Las seis brigadas que permanecerán en territorio iraquí (menos de cinco mil miembros) participan en la operación “Nuevo amanecer” para resguardar el espacio aéreo, dar entrenamiento y asesoría para la formación de la Policía y el Ejército y en apoyar al personal diplomático de Washington. El plan es que el Gobierno local asuma todas sus competencias a finales de 2011. Un pacto entre Estados Unidos e Irak establece que para principios de 2012 no debe estar desplegado ningún militar estadounidense. La retirada comenzó formalmente el 30 de junio de 2009, cuando los batallones estadounidenses abandonaron los principales núcleos urbanos y cedieron el mando al Ejército y la Policía Nacional iraquíes.
La última dotación estadounidense que puso fin a sus combates fue la cuarta brigada de blindados “Stryker” de la II División de Infantería. La madrugada del veinte de agosto pasado cruzó la frontera entrando en Kuwait tras avanzar más de quinientos kilómetros de desierto en territorio declarado hostil. Durante meses, esos soldados habían librado violentos combates contra grupos de terroristas en Bagdad y en la provincia de Diyala, una zona dominada por líderes de la organización criminal internacional Al-Qaeda. Precisamente, el grueso de las tropas que dejan territorio iraquí están siendo encauzadas al frente de Afganistán donde el presidente Barack Obama ordenó un rearme de sus fuerzas con el objetivo de acabar con el resurgimiento de los talibanes y de los grupos terroristas afines a Al-Qaeda. A principios de 2009 en ese país había 33.000 efectivos estadounidenses. A finales de septiembre de 2010 habrá 96.000.

La segunda guerra en el Golfo Pérsico comenzó en marzo de 2003 y, tras cuarenta días, los mandos declararon la toma de Bagdad y el derrocamiento de la dictadura de Sadam Husein. La decisión de enviar tropas enfrentó al entonces presidente George Bush con gran parte de la comunidad internacional y con la propia opinión pública de su país. Según la última encuesta de la consultora Gallup, al día de hoy el 54 por ciento de los estadounidenses piensa que fue un error desplegar tropas en Irak cuyo costo total ha sido de más de un billón de dólares. Es el segundo conflicto más caro en la historia bélica de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial (4.100 billones) y supera al de Vietnam (46.000 millones).

Ese esfuerzo no ha podido traducirse en una pacificación total del país. La violencia terrorista cuyas principales víctimas son civiles descendió notablemente desde que en 2006 y 2007 alcanzó sus más altas cotas con más de tres mil muertos mensuales y obligó a la administración Bush a reforzar las tropas y ordenar una ofensiva contra los núcleos de terroristas que buscaban provocar una guerra civil. Actualmente se mantiene la tensión étnica entre la mayoría árabe y la minoría kurda, además de la religiosa entre la minoría suní (a la que pertenecía Sadam Husein) y la mayoría chií sometida durante décadas de dictadura.

La incapacidad y voluntad de llegar a acuerdos entre los líderes, a pesar de la enorme presión estadounidense, mantiene a los más de treinta millones de iraquíes en la desesperación porque se saben gobernados por una administración fantasma cuya única certeza es que el próximo primer ministro será chií. El actual, Nuri al-Maliki lo tiene muy difícil para mantenerse en el cargo después de la victoria electoral de su principal rival, Iyad Alaui quien encabeza al partido “Iraquiya”, fuerza que obtuvo 91 de los 325 diputados del Congreso. Los 89 escaños que alcanzó el actual mandatario parecen insuficientes por las diferencias que mantiene con los socios que en las elecciones de 2005 le llevaron al poder: el Consejo Supremo Islámico Iraquí, obediente al régimen de Irán, y la “Corriente Sadrista”, el grupo encabezado por el clérigo radical Múqtada al-Sáder, quien no perdona los ataques del Ejército iraquí contra sus milicianos en 2008 y considera que Al-Maliki es un agente de Washington

En una clara -y no excepcional- violación a la Constitución, hace tres meses que vencieron los plazos para la formación del Gobierno. Las negociaciones transcurren en el máximo secretismo, sin proyectos económicos o sociales por parte de los partidos que sólo buscan defender sus intereses personales o confesionales. Las alianzas políticas nacen y mueren en horas. Paulatinamente, los grupos suníes herederos de la dictadura de Husein se incorporan poco a poco al sistema político mediante negociaciones y a falta de causes para su representación. Y es que Al-Maliki utilizó el proceso de “desbaazificación” (Baaz, Partido Árabe Socialista de Sadam Husien) para purgar a sus posibles rivales políticos: a 511 candidatos sospechosos de esa afiliación se les prohibió concurrir a los comicios de marzo.

Como Estado, Irak está por reconstruirse y su principal obstáculo es la actitud de sus dirigentes que mantienen congeladas leyes -como la estratégica del petróleo- por meses o años. Son treinta años de tragedias: la cruenta guerra contra Irán (1980-1988), la invasión de Kuwait (1990) y, por ende, la primera guerra del Golfo (1991). Le siguieron doce años de embargo decretado por Naciones Unidas y siete años de ocupación aliada.

El balance global es de un país solitario, abandonado: las grandes ONG´s no trabajan en él, casi el 50 por ciento de su población está desempleada, en amplias zonas sólo se disponen de cuatro horas diarias de luz, menos del 70 por ciento de los ciudadanos tienen acceso a agua potable, hay un millón y medio de desplazados, disponibles sólo existen 35 mil camas de hospital, los sueldos son miserables, la gasolina cuesta diez veces más que en 2003, el campo permanece sin agricultores tras cuatro años de sequía, hay un millón de viudas y tres millones de huérfanos, casi el 80 por ciento de los iraquíes trabaja en el Ejército, la Policía, la administración o en la industria del petróleo... y así. El pánico para la mayoría es que la situación culmine en un rebrote de la violencia entre suníes y chiíes. La posibilidad de una guerra civil es latente porque la mayoría de los líderes, políticos o religiosos, tiene o se dispone a crear su propia milicia. Agazapados, Al-Qaeda y sus aliados terroristas esperan la oportunidad para desencadenar masacres. A corto plazo no hay una respuesta esperanzadora a la lógica pregunta: “Y ahora, ¿qué hacemos?”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario